miércoles, 29 de abril de 2009

El Camino de un Peregrino

Realizado para un trabajo de la RICE (www.conveniorice.blogspot.com) , en Convenio con mi Colegio (Instituto
Pedro Poveda)


Prólogo
“El camino de santiago fué la principal vía de peregrinación europea a partir del siglo XII, consistía en un viaje hacia un lugar sagrado en el que los fieles esperaban la obtención de una gracia divina; además provocaba un anhelo de construir que permitió un importante despliegue arquitectónico, tanto que gracias al gran fervor religioso engendró grandiosas construcciones.”
En España, a mediados del Siglo XIV, un joven campesino intenta terminar con el sistema feudal que se ejercía, instaurando un movimiento de rebelión campesina en Santiago de Compostela, su tierra natal. La mala calidad de vida y trabajo, y la hipócrita acción de los que gobernaban aquellas tierras, eran algunas de las causas de la protesta. Después de varias luchas, triunfos y fracasos, la acción revolucionaria iba a caer en un trágico enfrentamiento en la ciudad de Santiago, donde el joven después de pasar la noche herido en la catedral, es capturado por un grupo opositor de la clase más alta de la sociedad.
Después de cumplir varios años bajo el régimen feudal, huye, y peregrina a lo largo del Camino de Santiago en búsqueda de su libertad y delamor.

Capítulo 1 – El comienzo del camino

Pasan las horas, pasan los días, pasa la vida…
Hace varios días que la penumbra me agobia, el amanecer me contempla y la luna me acompaña, la tierra seca y húmeda siente mis pasos. Sólo veo su cara, o quiero verla, no sé si está acá, no sé si me acompaña, pero la siento presente. ¡Fue tan efímera su presencia que apenas vi su resplandor, su rasgada cara!
¿Qué será de ella? ¿Adónde se habrá dirigido? La verdad es que no lo sé, pero pronto lo sentiré.
El camino es largo, Santiago de Compostela me espera. Sin dudas, me precipita el deseo de volver a ver aquellos edificios, aquellas catedrales, aquellos monasterios, aquellos templos, el estilo románico viviente. Dicen que en ellos encontraré a mi Dios, que descubriré toda la grandeza de aquellas tierras, aquellas inmensas infraestructuras.
Estas edificaciones provienen de una combinación armoniosa de diversos estilos artísticos y arquitectónicos como el romano, el prerrománico, el bizantino y el árabe, entre otros. Su infraestructura es sorprendente; lleva un conjunto de sentimientos, de símbolos, de mensajes, de efervescencia religiosa.
Pero es difícil llegar allí, más en mi situación. Sin embargo, siento que allí volveré a ver su rostro, en medio del silencio del claustro, en las monumentales puertas de entrada, en el campanario que anuncia la unión de Dios con nosotros, en la ruta hacia la amada y esperada eternidad.
El calor de Toulouse me reprime; faltan días, horas y miles de caminos que atravesar, persecuciones que obviar; Quiero comenzar a sentir la libertad, aquel pleno ideal de la felicidad. No necesito más mandados ni esclavitudes, ni conformarme con el vil diezmo, ni con la protección ante las guerras, ni con aquellas prometidas tierras. Mi acción es un grito de rebeldía, un anuncio de encuentro con mi Dios y con ella.

Capítulo 2 – Pasado insaciable

Desde hacía años, mi vida era la de un simple y acobardado servidor, un criado que, sin embargo, tenía un alma insaciable y ganas de liberarse, de encontrar alguna solución. En estos tiempos y en estas tierras, no era sencillo sobrevivir. La nobleza nos tenía acorralados en una situación de la cual era trabajoso salir. Nuestro grito era el cambio, habíamos sobrevivido a varias luchas, de a poco íbamos generando un nuevo clima, pero una noche en Santiago, aquel grito dejó de sonar. Cerca de la catedral un grupo de infantería nos sorprendió y no supimos defendernos, muchos caían y nada podían hacer, la lucha por la liberación estaba en su peor momento, en un instante, no sentí nada más. De pronto abrí los ojos, vi a un hombre al lado mío, con aspecto desafiante. Él provenía de la más alta clase, de la indómita nobleza, estaba en un inmenso lugar, en cuyos prósperos campos miles de campesinos labraban la tierra.
Aquellos días fueron mi agonía; las duras horas trabajando la tierra agobiaban mi alma, agigantaban mis penas y en una sola cosa pensaba, pensaba en cómo acabar con estos mandados y estas sacrificadas tareas.
El tiempo pasaba y seguía pensando.
Una noche, vi a una extraña persona que rezaba arrodillada ante un altar. Lentamente, sin que nadie me viera, me acerqué y le pregunté quién era. Ella no me respondió y, en silencio, emprendió su retirada. Corrí rápidamente y la tomé de la mano; le pedí por favor que me diera una respuesta, pero siguió sin contestarme. Entonces la apreté más fuerte y al cabo me confió: “Soy Ana, hija de aquel terrible hombre, de aquel hombre que reprime a sus criados, que abandona a sus mujeres, que mata hasta al más cristiano. Un viejo hereje, prófugo y desafiante, sintiéndose ser de la nobleza y gobernando estas terribles tierras. La rebelión no es de su agrado, por lo cuál termina con todo aquel hombre que intente cambiar el sistema feudal. He pensado viajar hacia los reinos de España, en busca de mi propia religión, hacia aquella catedral de la cual todos hablaban”. Me quedé sin palabras, no supe qué responderle. Su rostro, al igual que el mío, se mostraba atónito. Mi acción no fue otra más que besarla; ella se mostró sorprendida y asustada (una voz se escuchaba desde el fondo). Ana se había ido y con ella se instauró mi nueva esperanza, mi nueva fe de que algo podría cambiar.
Al día siguiente, mientras trabajábamos, otro campesino me contó que, por la noche, alguien había escapado. Me dijo que lo estaban buscando, que cuando la encontraran su final llegaría rápido.
Mi mente quedó balbuceando, no tardé en pensar quién podría haber sido. ¡Seguro había sido ella! Sentí que debía hacer algo, algo para terminar con estas injusticias.
Esa misma noche, corriendo entre los campos, emprendí mi camino.
Cerca del amanecer llegué a un pueblo llamado Toulouse, en él me encontré con un grupo de gente esperando algo, estaban en la entrada de un Templo, donde me dijeron que descansaba San Saturnino un obispo y mártir. Otro me dijo que estaban emprendiendo un viaje hacia Dios, hacia la obra románica más deslumbrante de todos los tiempos, hacia aquel lugar donde descansaba el antiguo apóstol Santiago. No dudé en unirme a aquella peregrinación, ya que sabía que allí estaría mi verdadero hogar y aquella mujer que tanto me había sorprendido.

Capítulo 3 – Llegando a la frontera

Han pasado varios días y sigo en camino, he peregrinado por las tierras de Auch, otro pueblo francés. A algunos les he contado mi historia y me han escuchado; a mi lado hay varios campesinos, burgueses, cristianos, monjes y gente de otros lugares. Todos compartimos un mismo anhelo, un mismo fin, un mismo lugar hacia donde ir.
Mientras rodeábamos el valle de Aspe y llegábamos al puerto de Somport, un pequeño grupo de infantería obstaculizó el paso y nos detuvo unos momentos. Estaban buscando a alguien. Sabía quién era esa persona, no me iba a quedar quieto. La gente se puso molesta y la infantería comenzó a reprimir; algunos cayeron al piso y otros pedían orden. De golpe, sentí un frío filo en mi pierna y caí al piso. Después de un rato, la infantería se calmó y emprendió su retirada hacia el norte.
La gente estaba preocupada. Algunos seguían y otros dejaban la peregrinación; sin embargo, este último no era mi caso.
Un peregrino me ayudó y me curó la herida. Una vez calmados, visitamos las ruinas de del Hospital de Santa Cristina, aquél en el que había estado internado el monarca aragonés Sancho Ramírez.
Seguimos caminando y entramos en la esperada España.


Capítulo 4 – España nos recibe


Ya estábamos en tierras españolas y nos dirigíamos hacia el pueblo de Jaca. Transitamos por los pueblos de Los Arañones y Canfranc, la primera población hispana del Camino. Allí hablamos con algunos habitantes y paramos unos pocos minutos a descansar. Durante el descanso, no hice más que recordar a Ana, de recordar aquella noche en que había huido preocupado por ella. Pensé en cómo y dónde podría estar. Nunca me había sentido tan preocupado por alguien a quien sólo había conocido efímeramente. Tal vez esto significaba algo. ¿Sería amor? ¿Serían emociones? ¿Sería el camino para encontrar la libertad? La verdad es que no lo sabía. Los demás peregrinos me invitaron a seguir y continuamos caminando. Después de unas horas llegamos, a Villanúa donde vimos la iglesia de San Vicente; más adelante, ya en Aruej, nos encontramos con otra pequeña iglesia románica. Caminamos un trecho más y llegamos a Jaca. En el camino hacia el Puente de la reina, nos topamos con la ermita románica de San Juan Caprasio, el Monasterio románico de San Juan de la Peña, la Iglesia románica de Santa María (de la que me sorprendió su fachada y su triple ábside), entre otros muchos monasterios y obras románicas. Finalmente llegamos al Puente de la Reina, aquí finalizaba nuestro primer camino, llamado el camino aragonés. Ahora transcurríamos por el camino francés. Faltaban muchas horas y varios días, pero pronto llegaríamos.

Capítulo 5 – La noche de Burgos

Ahora nos tocaba transcurrir un nuevo camino hacia Santiago. Las noches se volvían largas; los días, cortos. Los pies sufrían y mi alma también. Seguía recordando y pensando. Así, pasaban los días y los pueblos, pueblos como Estella, Los Arcos (donde visitamos la hermosa iglesia de San Pedro de la Rúa), Logroño, Nájera, Santo Domingo de Calzada, Belorado (donde nos detuvimos a orar en la ermita de Nuestra Señora de Belén). Allí tuvimos que atravesar los llamados Montes de Oca, un lugar lacustre y abrupto de empinadas cuestas. Mientras subíamos, descansamos un rato, comimos y bebimos algo. De a poco, empezaba a sentir un nuevo aire, ese aire llamado libertad, una libertad de amor, oficio y religión. Reflexionaba acerca de lo que tenía cada pueblo, de sus iglesias, de sus edificaciones y me sorprendía, no podía entender cómo en mis tierras había tanta grandeza que no conocía, tanto espíritu cristiano, pero tampoco podía entender cómo había otra gente que hacía el mal, que mataba y perseguía, que se ocultaba y gobernaba. Todo eso instauraba un nuevo despertar en mi alma, un grito de cambio y rebelión.
Cuando retomamos la marcha, pasamos por el pueblo de San Juan de Ortega y seguimos hasta Santnovenia y Agés, y otros pueblos como Cardeñuela y Villafría. Entonces se sumaron a la peregrinación un grupo de hombres provenientes de la ruta del País Vasco; Uno de ellos me pareció misterioso, me miraba en forma extraña y observaba plenamente mis movimientos. En el momento no me preocupé y continuamos hacia Burgos.
Cuando entramos en la ciudad de Burgos, me sorprendió ver la cantidad de artesanos, mercaderes y hospitales. Sin embargo, lo más deslumbrante para mí fue su catedral. A diferencia de las que habíamos visto antes, ésta provenía del estilo Gótico y hacía poco que se había terminado de construir. Los demás peregrinos comentaban que su fachada se parecía mucho a las catedrales de París y de Reims. El templo mostraba una bella galanura gótica por doquier, por encima de los arcos formeros de la nave principal corría un hermoso triforio (con bellos arcos trebolados cobijados por arcos escarzanos, cuyo tímpano estaba perforado por cuadrifolios). En el interior del templo, había todo tipo de obras de arte: retablos, pinturas, entre otros. Al estar allí sentía a Dios demasiado cerca, me transmitía mucha armonía, paz y tranquilidad. No me sentía de esta manera desde hacía mucho tiempo, el fervor religioso brotaba incansablemente dentro de mí, me hacía sentir más cerca de la amada libertad, del esperado amor.
La noche se venía acercando y decidimos hacer un alto para descansar. Los pies estaban cansados, el cuerpo sufría sequía y nuestras mentes ya deliraban.
Para descansar, elegimos una especie de refugio para peregrinos. La noche de Burgos estaba algo inquieta, la lluvia se anunciaba y el viento soplaba incansablemente. En medio de la noche, sentí que algo se me acercaba, me di vuelta y era una mujer de largos cabellos negros y con un aspecto cansado de tanto caminar. No me parecía haberla visto durante la peregrinación. Me dijo que venía a buscarme, que traía noticias de Ana. Ella sabía que yo estaba aquí, pero yo no entendía cómo. Entonces me dijo que se dirigía a Santiago por las tierras del sur. Si quería encontrarla, debía acelerar mi marcha. Un grupo de soldados de su padre nos estaban buscando a ella y a mí. No tarde en levantarme, me vestí rápidamente y me fui. Enseguida comenzó a llover y el camino apenas se divisaba; emprendía mi último tramo, aquel tramo en busca del amor y la libertad.

Capítulo 6 – Ansiando el encuentro

Por los caminos dejaba mi huella, por los caminos dejaba mi esperanza, por los caminos dejaba mi vida, por los caminos la ansiaba a ella. Había pasado un mes desde aquella noche en Toulouse, un mes en el que no había vuelto a ver su rostro. Seguía peregrinando, pero esta vez sin gente a mi lado.
Me dirigía hacía León, otro destino importante. Mientras tanto, pasaban los pueblos de Hontanas (donde vi otra iglesia gótica), Frómista, Carrión de los Condes (donde volví a ver otras hermosas ermitas), Calzadilla de la Cueza (aquí me encontré con otra iglesia románica, cómo aquellas que había visto en las primeras etapas del camino), Sahagún, Reliegos y Archauelas. En este último pueblo, mi pensamiento se encendió otra vez, ahora comenzaba a pensar en qué haría cuando me encontrara con Ana. Por un lado, pensaba terminar mi peregrinación en la llamada Finisterre y luego de alguna manera terminar con lo que un día había luchado y anhelado, acabar con aquellos evasores, herejes y asesinos, fomentar nuevamente una revolución campesina, para que no hubiera más siervos, para que todos fuéramos simplemente ciudadanos con derechos, donde nuestro ansiado deseo de libertad no fuese obstaculizado por fuerzas mayores, hacer justicia por mis compañeros caídos aquella terrible noche en santiago; por el otro, pensaba en dejar florecer mi amor, o aquello que parecía ser amor.
Entré en la magnífica ciudad de León y observé todo su movimiento plenamente. Pude ver la Basílica románica de San, donde se guardaba el sepulcro de San Isidoro de Sevilla (un antiguo Obispo) y lo más maravilloso, la Catedral de León. Su interior era grandioso, lleno de armonía gótica. Allí pude apreciar un centenar de ventanas y tres grandes rosetones, con gran influencia francesa.
Faltaban pocos días y pocos pueblos. Al igual que ella, Santiago estaba cerca. Mi futuro se sentía presente y no hacía más que anhelar su llegada. Antes de partir, decidí escribirle una carta a Ana, una carta que, estaba seguro, que en algún momento le daría.

Capítulo 7 – Tinta y Alma

Mis versos comenzaban a plasmarse en un papel…

Desde una amarrada sombra has de partir
En mi sueño tu mirada enfrenta a la mía
Despojándome de la muerte amanecida
Sin tu amor no vale mi vida
Vivo sin vivir en mí
Dios me contempla desde lo alto
El abismo viene hacia mí
En mi yo no vivo ya
Peno por verte
Nuestro lazo tan fuerte
Producto de un efímero encuentro
Vive anestesiado sin una verdadera razón
Los caminos recorridos
El anhelo de pasión en mis días
El grito de libertad y de esperanza
Compartieron tus esperanzas
Mi amor encendido se encuentra contigo
Quiero ver tus ojos, renacer en ellos
Quiero gozar de tu fruto, vivir en él.
Quiero morir si hace falta,
Quiero combatir junto con tus ansías
Quiero gritarle al cielo, a Dios y a su Padre
Que mi amor hacia ti es inigualable.

El camino seguía, la carta dentro de mí había guardado, muchos pueblos pasaban, Santiago llegaba.

Capítulo 8 – El final del camino

Había transitado los pueblos de Astorga, Molinaseca, Villafranca, Triacastela, Sarria, de Rúa y muchos más que a los que no les había prestado la debida atención.
Mi mente quería pensar en una sola cosa, y no quería parar hasta conseguirla. Pero no todo andaba bien, algo extraño sentía en mi pecho; Una vil conmoción de sentimientos, la sospecha de que algo malo se aproximaba, pero no lo quería creer. Nada más creía en ella y en aquel encuentro.
Por fin, mi camino se terminaba, las tierras de Santiago de Compostela veían mi llegada. Esta vez sí quería prestar mucha atención a sus iglesias y distintas edificaciones, quería volver a ver mi tierra. Seguía manteniendo su aspecto medieval de hacía seis años. Me acerqué hacia la catedral, muchos sentimientos viajaban en mi mente. Lo cierto es que me impresionaba ver aquella inmensa construcción románica, su armoniosa cruz latina de tres naves, su tribuna, crucero, arcos, girola y capillas absidales. Ese aire puro y armonioso, la incansable presencia de Dios, el aroma de libertad, el silencio de los claustros, y sobre todo las cosas, el reencuentro con ella.


Capítulo 9 – El último grito

Me di vuelta sintiendo que Ana estaba ahí, desde cerca oía su respirar, sus manos tocaban mi espalda. ¡Ahí estaba ella! Mis ojos se llenaban de lágrimas, mi libertad se hacía presente al igual que aquel amor, mis palabras se arriesgaban a decir algo. Mis sentimientos se volvieron oportunos y, en medio de aquel silencio, de mis labios sonó un “te amo”. Sus ojos también lloraron y nos abrazamos. Me sentía completamente cálido; de a poco, ella se soltó y balbuceó: “Vámonos pronto de aquí, nos encontraron”. Mi cielo se caía y mis esperanzas también, pero no me iba a rendir. Corrimos por los claustros y salimos sin que nadie nos viera.
Sin embargo, un grito se oía y muchos pasos se aproximaban. Eran ellos, ¡nos habían encontrado! Ahí estaba su padre gritando. Sus hombres se aproximaron y la tomaron bruscamente. Me resistí y arrojé un golpe rápido, pero me agarraron fuertemente del cuello. Mientras la alejaban de mí, ella lloraba. Yo no me podía soltar y sólo pude decir estas palabras: “Desde lo más profundo de mi canto te doy mi corazón, por vos sufrí, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero”. Mi anhelo no había sido alcanzado, sentía que nada había podido cambiar, que el grito rebelde se apagaba, al igual que mi alma. Mis ojos se cerraron, no vi más.
––Esto es lo que me ha pasado, no te pido que me perdones, dejala a ella y matame a mí. En un futuro tu vida caerá, los campesinos se rebelarán y la fuerza perderás. Dios nunca te perdonará el cielo no lo verás solo sentirás la muerte agónicamente, mi nombre nunca lo sabrás, sólo sabrás que de alguna forma he vencido ––proclamé.
––Cállenlo, ya de nada sirve ––ordenó.
––¡Mátenlo! Que sufra y olvide, él no ha triunfado y nunca triunfará, su Dios no lo salvará ––sentenció.
Las últimas palabras se escucharon, el grito de guerra se impuso. Pero éste no ha sido
el final; El futuro quedaba incierto y alguien lo podría cambiar….

FIN

Federico Gamba 2009